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“Cuando alguien me pregunta digo que pintar unicornios es todo y nada.”

Ane Rodríguez _ anemotorazing

1991, Ortuella

Pintar unicornios empieza cuando volví a Bilbao después de haber vivido dos años en Madrid. 

Empecé a pintar porque me apetecía mucho. Lo primero que hice fue un unicornio porque no sabía qué pintar y recurrí a una imagen que estaba muy presente en lo que estaba haciendo en ese momento. En ese momento estaba haciendo mi investigación final de máster -el título era un poco el horror- : “El cuerpo inadecuado como espacio de resistencia. Estrategias performativas y espacios de excepción en contextos de educación formal”. En la portada de mi investigación puse la imagen de un unicornio pegaso que encontré en internet -fue de forma provisional porque no nos dejaban utilizar imágenes en el texto, así que después puse esa imagen al final de la investigación porque me había acompañado durante todos esos meses y no podía quedarse fuera, me parecía hacerle un feo terrible :) xd-. En ese momento, pensaba mucho en torno a la figura de lo inadecuado, de lo monstruoso, de la otredad, de lo que no, así que cuando empecé a pintar creo que no podía pintar otra cosa que no hiciese referencia a eso. Era casi un homenaje al monstruo, entonces lo retrataba. Pero también era un hacer que me llevaba a seguir pensando en estas cuestiones que me hacían interrogarme a mí; a mi persona, a mi cuerpo y a mi forma de relacionarme con el mundo.

Cuando terminé la investigación seguí pintando unicornios, me seguía apeteciendo mucho. Pero la intención se desplazó un poco. Aunque siempre me debato entre hacerlo por motivos concretos o hacerlo porque sí (porque quiero o porque me apetece), hubo un momento en el que cuando pintaba me hacía preguntas respecto a la forma de representar esa imagen de lo inadecuado, o sea, preguntas entorno a la representación en sí misma, a las maneras y las intenciones en los modos de representar. Me molestaba amabilizar esa imagen, me molestaba la idea de que fuese necesario dulcificar una imagen para poder asimilarla.

Seguí pintando unicornios. Seguí y seguí y decidí que iba a pintar sólo eso, que mi hacer plástico iba a ser ese y sólo ese, que me iba a convertir en una especie de loca de los gatos pero con unicornios. Me divierte esa idea. Me divierte y me parece bonito dedicarle todo ese espacio a una misma cosa en un tiempo en que la productividad parece estar por encima de todo, en un tiempo en el que se hacen tantísimas cosas a la vez, tan rápido, y sin apenas tiempo. Me parece bonito. Me parece una idea sencilla y últimamente intento prestar atención a lo sencillo.

También tengo que decir que hay algo de absurdo en todo esto que me hace gracia. A veces nada tiene sentido y me río cuando le cuento a mi madre que sigo con eso, que sigo pintando unicornios “así como feos y mal pintados” de colores fosforitos.

Pasé de pintar retratos a pintar escenas, lo que ampliaba el marco de lo posible dentro las restricciones que yo misma me había puesto -hacer retratos-, y pasé a pintar algo que parecían escenas de caza en las que se avecinaba una especie de apocalipsis-vendetta de la mano de monstruos fantásticos legendarios (antiguamente capturados a través de engaños por el ser humano). De ahí en adelante empecé a pintar otras escenas más relacionadas con lo cotidiano, como estar en medio de un incendio mandando unos mails o fumando un piti.

Sin embargo, este interés por lo sencillo del que hablaba puede verse contradicho por la forma de situar los unicornios en el espacio, esta forma de mostrarlos o de exponerlos desde el exceso (me contradigo bastante). La cosa es que cada vez hago más y más y pocas veces dejo alguno fuera, se suman y se van añadiendo poco a poco otras cosas como por ejemplo la iluminación. Me encanta verlos con luz negra, cuando brillan en la oscuridad; es una forma de verlos poco habitual, no es como en el estudio ni como en Instagram; los colores cambian. Es un momento especial, es como cuando los juguetes cobran vida, es una fiesta.

Y es por todo esto por lo que pinto unicornios; unicornios feos, majos, sonrientes, enfadados, un poco vampiros, tramando la exterminación humana, o rodeados de fuego. A veces pintar unicornios es muchas cosas y otras veces no es nada. A veces pintar unicornios es poner en el centro la imagen de una idea conflictiva. Pero también es algo que me divierte, y eso es muy importante. Es abrir un espacio para la fantasía, sobre todo cuando pinto escenas. Es dibujar un momento concreto de una narración misteriosa, como hacer visible un fragmento de una historia secreta que nunca nadie conocerá.

No busco trabajo con esto, no tengo un objetivo profesional ni concreto al pintar, y a veces pienso que se convierte en una forma de perder el tiempo. Pero perder el tiempo es algo que me gusta mucho porque me dejo hacerlo poco. Creo que todas nos permitimos hacerlo poco. Y entonces, perder el tiempo puede ser un a forma de resistencia. A veces pienso que perder el tiempo es político. Otras veces pienso que para nada. Aunque perder el tiempo mientras produzco algo me resulta contradictorio una vez más. Entonces pienso que es como comer pizza e ir a los autos de choque, y pienso que es como un día de vacaciones. Me gusta mucho porque es un poco -otra vez- como un momento de fiesta, me pongo música, pinto y bailo un poco todo a la vez. Es un momento guai. Creo que es un espacio propio e íntimo en el que disfruto de generar imágenes que me llevan a mundos que desconozco. Creo que por eso es algo que me cuesta explicar, porque pintar unicornios para mí es muchas cosas, aunque no espero ni tengo el deseo de que sea nada para nadie más. Me gusta que cada una elija lo que quiere ver cuando los mira. No lo quiero entender del todo, la verdad.

Cuando alguien me pregunta digo que pintar unicornios es todo y nada.

< : )

<3

 

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