Creo que practico una pintura en conflicto consigo misma como autoridad. Autoridad no es sólo la tradición, es también un ideal personal de seriedad, de facilidad en el hacer (concretado en formas rotas por la pincelada y claroscuros dramáticos, algo así como la pintura de Rembrandt) al que a veces aspiro y otras detesto. Lo contrapuesto al ideal es el amor por separar, por el color como relleno, por la línea como límite radical y por el arabesco. De ahí el movimiento permanente: del corte limpio que aísla, al trazo que flota en atmósferas sucias; del color de diseño al color inesperado y al revés. Intento que ese movimiento alcance un tono no sentimental, ni ilustrativo, ni expresivo, y siempre nuevo. Admiro la exageración y la soltura del barroco, pero mucho más la precisión del Quattrocento.