1980, Bilbao.

 Me cuesta tomar consideraciones definitivas sobre mi trabajo, que es algo que se va haciendo lentamente y que aun así, qué feliz me sorprende todavía, como si acabase de empezar. Puedo decir hasta ahora que el dibujo tiene un papel fundamental, e imagino que como a otras personas les da la escritura, me aporta la fijación del imaginario y el orden narrativo, que extrañamente, a veces entiendo como arte o como una cosa muy bruta que no quiere parecerse a nada. 

Ultimamente, mi práctica ha tomado formas descriptivas muy cercanas a la ilustración y también se ha ido alejando simultáneamente hacia un terreno de síntesis. Podría decir también, que los obstáculos son importantes. En algún momento, me dí cuenta de que salvar algunas dificultades se convertía en una pirueta a veces torpe, y otras veces peligrosa como para impresionar. Encontré recientemente un texto de un catálogo de Henning Bohl y me gustó mucho como explicaba su trabajo a una exposición, muy cotidianamente, hablando de monstruos semanales (proceso), formados por las consecuencias de las decisiones que ha tomado. Y esas consecuencias tienen vida después, más allá de las decisiones tomadas. El destino de esas ficciones era convertirse en realidad. Me dio para pensar, que como ficción (abstracción), el material era el destino. El hecho de que me fije en esta declaración en concreto y en otras similares, me hace sospechar, que tengo una obsesión esencialista y naíf por los productos humanos, y que mis temas pueden esa misma obsesión, o la idea de persona, o la identificación con lo colectivo, o el feminismo, o el futuro, o la tradición del arte, o la juventud, o la técnica o el trazo. No es cuestión de tema ni de clima, es más bien totalitario y confuso el arte. Me interesan especialmente las huellas que dejan las personas, por ejemplo sus firmas o sus excesos. 

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